martes, 29 de marzo de 2011

Un dinosaurio en el tejado

Desde la ventana de nuestra casa o paseando por el campo o el parque observamos sin sorpresa animales como los gorriones o las palomas, a los que consideramos seres vulgares sin mucho interés y en el caso de las palomas, animales poco higiénicos que ensucian los edificios con sus excrementos. Pero lo que muchos y muchas no sospecháis cuando observáis estos animalitos, es que estáis viendo a los parientes vivos más cercanos de los espectaculares “lagartos” del Mesozooico (Era Secundaria), los dinosaurios (que significa lagartos terribles). Unos animales que solemos asociar con terribles cazadores como el Velociraptor o gigantes como el Diplodocus. Pero también existieron dinosaurios del tamaño de una gallina y la mayoría no resultaban tan gigantescos como creemos.
¿Y como sabemos que los aves son parientes tan cercanos de los dinosaurios? Se sabe que es así a raíz del descubrimiento en el siglo XIX de un fósil de hace 150 millones de años (del período Jurásico) en Alemania. Se trata de una criatura que sería bautizada como Archaeopterix, que presenta múltiples similitudes con el esqueleto de los pequeños dinosaurios, como la cola y los dientes en vez de pico córneo, pero presentaba como las aves actuales plumas y podía volar como los pájaros. Descubrimientos posteriores ya en los años 90 del siglo XX, sacaron a la luz la variedad de dinosaurios con plumas que poblaron nuestro planeta, confirmando que los dinosaurios terópodos (carnívoros) tales como el Velociraptor y otras especies poseían plumas y huesos ligeros como las aves.
De ahí que cuando veamos películas de ciencia ficción como Parque Jurásico, dónde vemos al Velociraptor de gran tamaño (en realidad no era más grande que un pavo) y sin ninguna pluma, debemos pensar en la paloma que vemos en el parque o en una gallina para hacernos con una imagen real de este animal prehistórico.
En definitiva cuando nos comemos un pollo debemos pensar que nos estamos comiendo al pariente vivo más parecido al Tiranosaurio y seguro que también miraremos con más respeto al gorrioncillo que salta por nuestro tejado.

Por Santi Amador